Vuelta revuelta

Abandonado Darjeeling, todo cuanto quedaba por ver eran paisajes ya familiares. en su batida en retirada hacia Delhi, los barceloneses recalaron en el último lugar de remanso antes de adentrarse en la concurrida capital: Varanasi. La ciudad que otrora les impactó, la ciudad en la que se respira muerte y vaho del Ganges a partes iguales, cuyo cielo está poblado por infinidad de cometas manejadas por niños (y no tan niños), con vacas mansas bloqueando las calles de su centro histórico, con bazares interminables en los que los visitantes se quedan bloqueados, sin poder avanzar... Varanasi, por tercera vez.


Contra todo pronóstico, les pareció un lugar tranquilo, sumamente relajante. Cabe añadir que cualquier ciudad, cuando se disfruta en buena compañía, se convierte en destino ideal. Y así fue para ellos cuando conocieron a otros foráneos de paso por la ciudad con los que la relación fue tan buena e intensa como lo son las ceremonias que a lo largo del día se celebran allí.

Una semana apenas que pasó volando sobre sus cabezas, sobre el humo de los fallecidos, y sobre las esferas de sus relojes, cuyos indicadores parecían haber seguido un ritmo vertiginoso (o, cuanto menos, así lo percibieron ellos cuando volvieron a mirarlas y se percataron de que era hora de marchar.

Último tren nocturno del viaje. Hacia Delhi. 12 horas, en principio. Finalmente, 15. Viajaron con ellos un grupo de hombres indios que mantuvieron una acalorada discusión hasta altas horas de la noche (siempre teniendo en cuenta el horario indio). Cuando finalmente el estruendo de sus voces interrumpiéndose, solapándose, aumentando su volumen, cesó llegó la calma al compartiemento del vagón. Una calma que duró poco. A pesar de dormir profundamente, la discusión no desapareció. Mutó en una especie de competición de ronquidos, como si unos respondieran a otros... Afortunadamente el fuerte traqueteo del tren amoriguaba la estrambótica sinfonía. En el mismo compartimento, con los turistas, viajaban también un par de nudos, cada uno en un estómago. Asimismo, sin pagar billete siquiera, dos sentimientos de pena. Y cubriendo a los barceloneses, un aura melancólica de la que no podían esconderse ni aún cuando se arrebujaban bajo sus mantas. Así pues, el último pasajero, el sueño, tardó en subir a bordo.

Y llegaron a Delhi, y vieron que aquel monstruo de cemento y caos ya no les imponía respeto. Se alojaron de nuevo en casa de sus amigos los becarios y, una vez más, los acogieron como si fueran amigos de toda la vida. La amabilidad india, la propia de aquél país, se manifestaba incluso a través de ellos. Quedaban 4 días. Días que pasaron al ritmo que pasan en India. Días que parecen tener 12 horas en lugar de las convencionales 24h. Días de un poco de reflexión y de muchos nervios.

Sus aviones se mostraban inflexibles con la hora. No quedaba otra: partir. Atrás dejaron sus meses itinerantes, tantos conocidos (y aún mucho más por encontrar en próximos viajes), tantos lugares especiales, algún libro que otro...

Adéu India.

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