Avui que fem?

Para algunos turistas ir de vacaciones consiste en poder reunir un manojo de dias no laborables y disfrutarlos en algun lugar distinto al que se habita durante todo el anyo, visitando sus monumentos, recorriendo el nuevo escenario de cabo a rabo, tratando de seguir al pie de la letra las recomendaciones que del lugar han llegado a sus oidos, las observaciones que contienen las guias de turno, los enclaves por los que tal o cual lugar es famoso en el resto del globo... Para otros, estar de vacaciones tiene un componente de vagancia elevado, siendo la pereza un placer denegado durante el resto del anyo y un deleite en su pequenyo periodo ocioso. No resulta tan importante participar en mil actividades o ver decenas de monumentos... lo principal es descansar.
Los barceloneses pertenecian a ese segundo grupo, al ocioso, al que huye del estres, de los corses que imponen los planes... los que rehusan crear una agenda justamente en el unico lugar que no se la exige. Preferian hacer trizas el guion, improvisar, a estar sujetos a su impasividad, a tener que ser esclavos de sus propias decisiones, acatar sus propias ordenes... renegaban de cualquier tipo de autosodomia. Asi, sus horas de suenyo se alargaban hasta bien entrada la manyana; sus comidas y cenas eran distendidas, tranquilas, copiosas; y su estres minimo, ausente, olvidado. Tenian la maxima, compartida junto a sus nuevos companyeros de viaje, de que cumpliendo un plan por dia, se podian dar por satisfecho. "Indian style" se repetina una y otra vez, cuando surgian dudas sobre si estaban demasiado apalancados, si deberian hacer mas cosas...

De tanto en cuando realizaban alguna excursion por la zona, para ver un poco los alrededores y, en gran medida, para tener algo que explicar cuando les preguntasen sobre ese lugar. En menor medida, les servia para variar un poco su comoda rutina. Una de esas excursiones los llevo hasta un lago de reduciadas dimesiones (mas de uno lo hubiera calificado de charca) y luego a Totarani, una pequenya poblacion cercana a McLeod donde vivia un amigo de Sonia, Dipo. Alli, la familia del joven lugarenyo les acogio con gran agitacion. Adoraban recibir visitas y se deshacian en amabilidad hacia aquellos desconocidos occidentales. A pesar de que, en un principio, tan solo iban a ver el lugar y saludar a la familia de Dipo, terminaron por tomarse un te con ellos, pues no podian rechazar un ofrecimiento que va acompanyado de las sonrisas de toda la familia.


Aprovechando la presencia de occidentales, la familia les dijo que tenian un DVD estropeado y que igonaraban por que. Sonia y Dani decidieron, destornillador en mano, poner en practica sus habilidades de manitas (la ficcion de series como McGiver marco la infancia de su generacion). Soprendentemente, no solo no acabaron de estropear el aparato, sino que, ademas, consiguieron solucionar el problema y que funcionase a la perfeccion. Terminaron cuando los rayos del sol ya flojeaban, por lo que decidieron acabarse su bebida de un sorbo e ir iniciando el camino de vuelta al hostal, a unos 2 o 3 kilometros del lugar. Por su parte, la familia los despidio como a heroes gracias a su tecnologica hazanya.

El camino de vuelta a McLeod transcurria vadeando un moneto, a traves de una carretera que serpenteaba bajo una tupida vegetacion, con una estrechez preocupante si se pensaba en que dos coches podian cruzarse en cualquier momento. El sol amenazaba con esconderse, los turistas trataban de acelerar la marcha, nerviosos por lo avanzado de la hora, y los lugarenyos continuaban con su caracteristico modo de conduccion: ocupaban el medio de la calzada, a una velocidad considerable y no mostraban la mas minima preocupacion ante la posibilidad de verse sorprendidos por otro vehiculo que pudiera venir de frente (hecho que, de producirse en una de las innumerables curvas, debia acabar en accidente forzosamente). La oscuridad alcanzo a los turistas, y con ella la inseguridad y los temores. Sin embargo, una de las ventajas de los trayectos grupales es que el conjunto de confianza, de manera que, aunque todos albergaran sus dudas sobre la seguridad del trayecto, las bromas y las risas eran constantes, hasta que llegaron al poblado y lo celebraron, como no, con una cena y cerveza.

Otra de las excursiones los llevo a una pequenya iglesia cristiana a las afueras de McLeod. Resultaba curioso que hubiera llegado hasta aquel lugar, en el que predominaban las creencia budistas e hinduistas. Sin embargo, alli se erigia aquel templo que destilaba cierto estilo ingles. A pocos metros, un pequenyo cementerio salpicaba el cesped de tumbas. No habia nadie mas en el lugar. Parecia cerrado, a pesar de que un cartel informaba de algunas misas, durante la semana. Anduvieron un rato por sus alrededores, algo soprendidos por encontrarse en una suerte de parcela fuera de lugar, como un pedazo de Eropa, de la Inglaterra mas profunda, sito en India, a millares de kilometros de donde parecira que le corresponderia estar.


Aquellas excursiones, aquellas cenas, sus anecdotas... todo lo que compartia aquel grupo improvisado tenia, como no, fecha de caducidad. Al igual que les sucedio a los barceloneses en Kathmandu, se encontraban a gusto en el lugar y con la gente que habian conocido, pero empezaban a pensar en la hora de marcharse. Asi se inicio, una vez mas, la retahila de marchas escalonadas. Primero Marc y Maria, que regresaban a Barcelona. Despues Adriana y Amparo, que tenian planeado visitar Shimla. Y, finalmente, Sonia y Dani, rumbo a Risikesh.

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