Modorra interrumpida

De tanto en cuando, al igual que les sucedió en Risikesh, los turistas se proponían realizar alguna excursión. Resultaba difícil luchar contra la ligereza de las horas, que se paseaban con tan gráciles que los turistas mediterráneos apenas se percataban de ello. Alguna que otra vez lograban su objetivo de levantarse a una hora más o menos temprana, sin embargo, o el desayuno se demoraba (en los bares Indio es normal esperar un largo rato hasta lograr ser servido, condición que permanece invariable aún cuando si lo haga la cantidad de clientela que albergue el local en ese momento. Ello conlleva que, a pesar de que el establecimiento esté vacío, hay que esperar), en otras ocasiones lo que se alargaba era la ingesta y la charla posterior, normalmente debido a la llegada de alguien extraño a quien acababan de conocer.

Una de las ocasiones lograron ponerse en marcha con el tiempo suficiente para ir a visitar unas cascadas cercanas a Laxman Jula, a unos 20 minutos, según les habían comentado. Sin embargo, 20 minutos en la India son muy relativos. 20 minutos se ha convertido en una expresion coloquial de sus gentes, que parecen haber aprendido que "twenty minuts" significa "un ratillo". En la práctica, puede que se tarde media hora, o una, o dos... En este caso, los turistas tardaron una hora, a lo sumo, en llegar a su destino. Si bien cabe decir en favor de las indicaciones que habían recibido, que su marcha se vio considerablemente ralentizada por el efecto del tráfico sobre la carretera que, para ellos, hacía las veces de camino. Ésta estaba semicortada en numerosos tramos debido a los estragos causados por constantes desprendimientos. A ello cabe unir el estilo de conducción indio (rapidez + temeridad + osadía al volante... - sentido común - precaución = elevada tasa de siniestralidad). Así, cada pocos metros debían refugiarse en el arcen para no ser arrollados por toda clase de vehículos.

Llegaron al inicio del sendero que serpenteaba hasta las cascadas, montaña arriba, cuando unos hombres situados en la entrada les reclamaron que realizasen el correspondiente abono por acceder al lugar. Remilgaron, murmuraron malhumoradamente pero, finalmente, los turistas tuvieron que pagar. La cuesta ascendente y el continuo de escalones mermaron su mal humor, pues ya tenían suficiente con tratar de encontrar el aire que a menudo les faltaba. No realizaron el ascenso en su totalidad. Encontraron un pequeño puente, con una especie de piscina, creada a base de estancar levemente el curso del riachuelo en ese punto, donde un grupo de turistas disfrutaban de su charla, chapoteando de tanto en cuando solamente con los pies. El barcelonés decidió entonces zambullirse en esas aguas apetecibles, que preveía frescas y, sobretodo, parecían libres de cualquier tipo de bicho o ser indeseado que pudiera compartir baño con el catalán en contra de su voluntad. La intención era buena, pero no así la temperatura del agua, por lo que todo quedó en cuatro gotas salpicadas sobre sí mismo y la convicción de que mejor era ese conato de baño frustrado que no volver a casa con la ropa interior empapada en agua gélida.


En otras ocasiones las actividades eran algo más relajadas. Las levantinas decidieron probar parte de las múltiples experiencias que ofrecía el festival de yoga. Sin lugar a dudas era una buena oportunidad que el barcelonés por su desinterés hacia el tema y su paisana por su pereza dejaron escapar. Ciertamente, el programa de actividades era muy completo, abarcando desde clases de diferentes tipos de yoga hasta sesiones de canto por parte de niños o sesiones de filosofía ayurvédica.

Pero la actividad estrella para aquel grupo de turistas fue su descenso por el Ganges. Acudieron a una agencia de rafting, animados por Amparo (que había probado aquel deporte antes y lo recomendaba) y los bajos precios (muy asequible en comparación con las cantidades que pedían en el pirineo leridano. No madrugraron en exceso el día en que debían personarse en la agencia. Allí los esperaron con un jeep que los condujo hasta el punto del curso del río en el que iban a iniciar sus 18 km (aunque ellos creían que eran menos) de descenso. Por compañeros de embarcación tuvieron a una familia, de aspecto bastante tradicional (en el sentido más indio de la palabra): el padre de la familia no llegó a coger un solo remo, tan sólo permanecía sentado, berreaba de tanto en cuando uans palabras intelegibles para los turistas y disfrutaba del paseo, acomodado, mientras el resto de la tripulación se deslomaba remando; la madre permanecía impasiva, con un remo que movía cuando el monitor (aunque, por el tono de su voz podría llamársele capataz, y a la barca galera...) daba las instrucciones, pero de un modo más estético que efectivo, y sin abandonar jamás su inexpresiva expresión (lo mismo importaba que estuvieran en mitad de un rápido que avanzando apaciblemente por los bellos parajes... ni se inmutaba); con el matrimonio viajaban dos hijos, uno de ellos emocionado y alegre y participativo en la actividad, el otro también parecía disfrutarla, aunque no aportaba demasiado con su remo). Teniendo en cuenta la descripción de la familia que se situaba al lado izquierdo de la barca y que al lado derecho los turistas remaban con ganas, es fácil deducir que la embarcación no viajaba recta en ningún momento. La descompensación entre babor y estribor (el esfuerzo de unos remeros y la inactividad de los otros) hacía que las espaldas de levantinas y barceloneses fueran fueran la nueva proa de la nabe, aumentando su sensación de riesgo cuando surcaban las olas, inmersos en las rápidos, remando, a menudo, más en el aire que en el agua debido a los continuos botes. En cierto tramo del trayecto, las aguas se relajaban, y los remeros también. A sugerencia del monitor/capataz, se lanzaron al agua helada y se dejaron llevar un rato por la corriente. Les resultaba curioso encontrarse tumbados, boca arriba, dejándose llevar por las aguas del Ganges, cuando su estereotipo del río sagrado correspondía más bien a una corriente a la que se arrojaban cadáveres, gentes moribundas... Los deportes de aventura eran, sin lugar a dudas, una cara más amable y novedosa que los sorprendió gratamente.



Unos días después de su aventura acuática se inclinaron por una actividad algo más tranquila: visitar un ashram. Estos centros, lugares preparados para el que se hospeda en ellos pueda dedicarse a la meditación (paraíso de la tranquilidad y del silencio), abundaban en Risikesh, pero el que iban a ver era distinto porque estaba abandonado y porque, en su día, los Beattles estuvieron allí. El complejo estaba formado por un buen puñado de edificio abandonados en una extensión de terreno nada desdeñable. A los turistas les pareció un lugar perfecto en el que instalar un centro de esas características y, al entrar en las edificaciones abandonadas, observaron que no estaban nada mal. No les cabía en la cabeza como aquel espacio estaba tan desaprovechado, condenado a convertirse en un recuerdo ruinoso. El enigma dió lugar a numerosas hipótesis, salpicadas por el toque que la presencia del quinteto inglés daba al complejo e inspirados por las más tópicas películas de terror occidentales.

2 comentarios:

Payá dijo...

esta fria el awa??tendrias los huevos como aceitunas e???jejeje
ya te keda 1 mes solo en el extranjero y volver al mundo real!!!
apuraaaaaaaaaaa
demasiao relax noto x akellas zonas eeee
UN ABRAZOOO

Dani dijo...

Jajajja. Estaba helada!! En el video no me atrevi a meterme pero al dia siguiente, en el Ganges, con el Rafting, te aseguro que nos mojamos todos bien mojados!!!
La verdad es que se esta muuuuuuuuuuuuy relajado pero, puede el relax competir con la cenita de navidad que preparara mi madre?? Es pensar en unos langostinos y evadirme un rato, babeando... juasjuasjuas

A hug brother!!!