Bodhgaya

Durante los veranos de su infancia, Dani pasaba largas temporadas en Leon. A pesar de estar alojado en la capital, en casa de sus familiares, a menudo visitaba otros municipios de la provincia. Normalmente la excusa de esas largas jornadas familiares era simplemente disfrutar un dia en el campo, con un piscina a disposicion del barcelones y sus primos. En otras ocasiones, se trataba de visitar a algun pariente, o aprovechar la cercania del pueblo de turno para saludar a algun conocido que, segun alguien recordaba, vivia por alli. A lo largo de los anyos, la lista de pueblos visitados era bastante extensa. De entre todos ellos, destacaba Villaverde, un minusculo poblado, con una sola via y escasa de poblacion que, paradojicamente, estaba situado a muy pocos kilometros de la capital. Algo tenian en comun todos aquellos pueblos, una tranquilidad aderezada con el sonido que emanaba del contacto entre las playeras y los caminos sin asfaltar, el olor a verde cuando visitaban las fincas familiares sin mas motivo que el de mirarlas un anyo tras otro, el ritmo que marcado por la friccion entre el pantalon y la hierba crecida, aun por pacer...

En Bodgaya el barcelones se reencontro con uan sensacion parecida. Caminos de tierra, extensos campos, cielo celeste (todo un logro teniendo en cuenta que India parecia, hasta aquel momento, sumida en una nube sempiterna de polucion y polvo, adherida a las calles y azoteas)... A miles de kilometros de distancia, en la cabeza de Dani se hermanaba aquel pueblo de Bihar (la zona mas pobre de India) con los del otrora reino de Leon. Hermanados por mansos. Hermanados por sencillos. Hermanados por las paredes de adobe, el ganado omnipresente; por las caras repetidas dia tras dia, los saludos constantes repartidos por doquier al realizar cualquier trayecto a pie... Era francamente curioso, pero los rasgos comunes no estaban en aquel momento regidos por fronteras, por lenguas, por leyes, por etnias... tan solo importaban los relajantes rasgos en comun. Bajo aquel punto de vista, Bodhgaya y Villaverde estaban mucho mas cerca de lo que jamas estarian Barcelona, Bilbao o Madrid respecto a la villa leonesa.

Aquel enclave de remanso se convirtio, como era de esperar, en refugio de los turistas durante unos dias, tras sus visitas fugaces a Jaipur, Agra y Varanasia. Dejar las mochilas sin tener que preocuparse de ellas durante casi una semana, limitarse a buscar un restaurante agradable en el que desayunar o cenar, dirigirse a todos los sitios a pie, sin necesidad de tomar para ello un rickshaw (y, por consiguiente, sin necesidad de regatear precio alguno)... aquello era descansar.

A pesar de que a un pueblo de pequenyas dimensiones se le puedan presuponer pocas distracciones, Bodhgaya era una excepcion. Alli residio Buda. Alli se conservaba el arbol bajo el que procedia a su abstraccion. A su lado, un gran templo se erigia en su honor. Los pasos que el lider religioso daba durante sus ausencias del mundo terrenal estaban marcados por enormes piedras. El lazo entre Buda y Bodhgaya hacia del pueblo un importante centro de peregrinaje para los adeptos a dicha religion. A todo ello cabe anyadir cierto grado de "parquetematizacion" del budismo que se habia desarrollado en el municipio indio. Comunidades budistas de diferentes lugares del mundo, habian erigido templos budistas en aquel lugar, por lo que una gran cantidad de estas construcciones salpicaban la geografia de Bodhgaya. Visitar el templo japones, el vietnamita, el de Butan, el nepali, un enorme Buda de 25 metros de altura... Los turistas tenian cada dia un plan que hacer, un templo nuevo que visitar y una nueva porcion de tarta que probar en el bar local del que se convirtieron en fieles clientes, conquistados por su Chocolate Cake.
Pero Bodhgaya no era solo templos. Tambien era sus gentes. Y sus ninyos. En la principal calle del municipio los ninyos correteaban por ambas aceras. Al ver a los turistas no dudaban en acercarse a ellos, tratar de charlar y, por que no decirlo, intentar arrancarles algunas rupias provocando miradas de compasion o mediante timos extendidos por toda India, como pedir al visitante que les compren comida o libros y, una vez obtenidos, devolverlos a la tienda y repartise las ganancias de la estafa con el propietario del establecimiento. Sin embargo, en India no hay rencores, una cosa son los negocios (por ilicitos, e incluso ilegales, que estos puedan ser) y otra muy distinta es la relacion, por corta que sea, que puedas tener con alguien. Para los indios siempre sera cordial. Aunque el turista y el conductor de rickshaw hayan discutido largo y tendido la tarifa, una vez cerrado el trato, el indio se mostrara amigable, aun cuando no se haya salido con la suya. Aunque los ninyos no consiguieran una sola rupia de los turistas, continuarian sonriendo y tratarian de pasarlo bien almenos, dispuestos a hacerse fotos y despidiendose alegremente.

Bodhgaya fue para aquellos viajantes mediterraneos (nuevamente los barceloneses viajaban con las levantinas) un lugar de quietud en el que reponer unas fuerzas que iban a necesitar en su proximo destino: Patna.

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