Alguna excursión, un poco de actividad o, directamente, el cultivo de la pereza, adoración al hedonismo en su vertiente más inactiva... sin importar como fuera el día, indefectiblemente terminaba en el Freedom. Este bar, refugio de un nada desdeñable puñado de turistas, estaba situado a orillas del Ganges, unos metros más elevado que el curso del río, por lo que las vistas que ofrecía hacían las delicias de los clientes. No se encontraba en el interior de un edificio, sino que consistía en una construcción formada por cañas, tapado su tejado con lonas, que proporcionaba techo, no así paredes. El suelo estaba totalmente cubierto de mantas y salpicado de innumerables cojines. Los turistas campaban a sus anchas, sentados, recostados cual romano clásico en su triclinium o totalmente estirado, charlando animosamente o leyendo un libro, comiendo copiosamente o sorbiendo un simple té... Aquel bar se convirtió, desde su primera visita, en el campamento base de los turistas.
A los del arco mediterráneo se unió Itxaso, una joven guipuzcoana que conocieron en Dharamsala. Llevaba casi un año viajando por el país y siempre tenía alguna anécdota que contarles sobre lugares recónditos en los que aún no habían recalado. Sin darse cuenta, establecieron la rutina de encontrarse en el Freedom al final de cada día. Aunque cada vez iban más temprano y no resultaba extraño que tomasen allí sus tés vespertinos, que cenasen luego y prosiguieran con su "té de bona nit" a continuación. En otras ocasiones se unían a ellos otros viajeros, como Joseph, un inglés de sempiterna sonrisa y perennes pantalones cortos (por mucho frío que hiciera), o como un chico griego que viajaba con su pareja por el norte de la India... Era el mismo bar, pero cada día no era el mismo que el anterior.
Absorbidos por la tranquilidad de Risikesh, casi no se percataron de la rapidez con que el calendario se desprendía de sus hojas caducas. Llegaba la hora de despedirse del remanso a orillas del río sagrado, de despedirse del relax continuado. Los barceloneses debían regresar a Delhi para reunirse con otra amiga de su tierra, Helen, que venía a disfrutar unos días con ellos.
Sonia y Dani cruzaron el puente, desierto a aquellas horas, para tomar un rickshaw hacia la estación de autobuses. Bajo la estructura tambaleante de metal y hormigón, las rendijas descubiertas entre las losas que formaban su suelo, se apreciaban la corriente del Ganges, ahora como un flujo oscuro que apenas reflejaba las luces de alrededor.
Aquella noche en el autobús se les hizo inusitadamente llevadera. Durmieron a gusto, disponían de buenos asientos: amplios, reclinables y menos susceptibles a reproducir los botes que el vehículo iba dando. Sus párpado permanecieron de baja durante unas horas y, cuando volvieron a su estado izado, tenso, ya estaban inmersos en la maraña asfáltica de la capital India.
1 comentario:
Ou lof,
leyendote dan unas ganas de volar y unirse... yo tb kiero vivir un viaje- vida de estos. Guapos!
por akí todo igual, igual de bien :)
yo me voy a por tus sobaos el dia 21 de diciembre. avisen de a qué hora aterrizan, pero si no nos vemos este año, nos vemos el siguiente. Qué ganas de tomar café (o ahora solo té?) con vosotros!
se os ama en la distancia ;)
mil besos.
laura
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