Para muchos es la ciudad sagrada. Para otros, una de las poblaciones mas antiguas del globo (hay incluso quien asegura que es la primera del mundo). Borges escribio sobre ella y, tanto sus versos como las palabras de cuantos han visitado esa maranya de calles entrecosidas a las que el Ganges da cobijo, parecen haber sembrado entre los futuribles vivistantes una opinion consensuada: Benares es una ciudad de considerable belleza, un punto irrenunciable de cualquier ruta por la India. No obstante, no falta un nada desdenyable punyado de turistas cuya vision del vaso medio vacio se impone a toda suerte de rumores favorables a la ciudad y persisten en verla como una necropolis de despropocionado tamanyo que no ha de ofrecer mas comodidades ni alicientes que los que cualquier centro de culto a la muerte pueda prestar.
Sonia era del grupo de los optimistas, con su vision bucolica sobre la ciudad. Helen albergaba, quiza, una vision algo mas esceptica. Las levantinas, con las que se reunieron en uno de los gats (puertas al rio) tras tres dias separados, compartian la opinion de Sonia. Dani seguia haciendo gala de su particular punto de vista, aprendido tras sus anyos en Bilbao: 'varanasi...sin mas'. Lo indudable es que nunca deja indiferente. Al cabo de dos dias, las levantinas tenian ganas de marchar de abandonar una ciudad que las ahogaba, mientras que a Helen se le hacia cada vez mas insoportable el olor a crematorio, la omnipresente suciedad... Sonia persistia en su bucolica vision, quiza no era lo que se esperaba, pero no cejaba en su empenyo por observarlo todo desde una perspectiva que sobrepasaba lo positivo y rayaba en lo ilusorio. Dani seguia con su indeferencia, a pesar de que hubo de admitir que la ciudad era mejor de lo que habia pensado.
Como toda ciudad india, Varanasi se desparramaba sin parecer dar importancia a su expansionismo voraz, desordenado y caotico, como una fiera insaciable de fauces incansables. Tambien compartia con el resto de ciudades del pais ese trafico estresante, con su molesta sinfonia en la que los violines son substituidos por claxons, en las que la percusion emana de los motores de los vehiculos, del traqueteo de los viejos rickshaw... y cuyos tenores y sopranos son comerciantes, transehuntes y conductores profiriendo gritos continuamente. Sin embargo, las calles mas centricas, la vieja Varanasi, estaba vedada al trafico rodado. Esta prohibicion no afectaba a motocicletas y bicis, que parecian ajenas a la normativa y se aventuraban entre los estrechos callejones en los que miles de paseantes avanzaban en masa, debido a la escasez de espacio.
Aquel longevo barrio albergaba algo que no habian visto los turistas en ningun otro lugar de la India. Los catalanes lo llamarian 'caliu', un ambiente, por traducirlo de alguna manera, que otorgaba un toque diferenciador a aquella urbe. Lo que hacia especial a Varanasi era uno de sus convecinos: la muerte. Sin lugar a dudas, se trataba del habitante mas popular de la ciudad. A todas horas se la honoraba, gran parte de los quehaceres diarios giraban en torno a ella y, a cambio, la muerte otorgaba fama a varanasi a lo largo y ancho de la India e incluso mas alla de aquel pais. Para los hindus aquella ciudad era la puerta a su rio sagrado, al que ofrecian sus cuerpos una vez sus almas los habian abandonado. En la ribera, al atardecer y al anochecer, un numero considerable de piras de madera hacian las veces de lecho para los inertes cuerpos. Alrededor de cada monumento al fenecer, toda la familia del fallecido. El primogenito, antorcha en mano, era el encargado de iniciar aquel rito, prendiendo la ultima cama que iba a conocer aquel cuerpo, comenzando la ascension del alma. Mas tarde, saciada la ansiedad de las llamas, el Ganges abria sus brazos para acoger a uno de sus hijos.
El olor a quemado, fragancia chamuscada, campaba a sus anchas por el barrio antiguo. Una densa nube, como niebla ennegrecida, otorgaba a las callejuelas un aspecto harto mas tetrico que el de las recreaciones de la vieja Londres a las primeras horas del alba en una novela de ficcion. Subitamente se escuchaban oraciones, cantadas al unisono, por un grupo de hombres que, sobre sus hombros, portaban a una nueva victima del destino que a todos espera. Descendian cerimoniosamente hacia la orilla del rio. Decia el poeta que nuestras vidas son rios que van a dar a la mar, pero, en el caso indio, los rios son calles, y la mar es rio, como en una curiosa permuta de papeles, pero con el mismo significado.
Dos dias estuvieron en la capital del fenecer. Dos dias observaron aquellas esquelas en directo, llamas verticales que anunciaban la marcha de otra alma. Dos dias respiraron el aliento del adios. Dos dias escuchando la cancion de la tristeza, los canticos de los portadores, las palabras, a lo lejos, de los allegados al difunto. Dos dias viendo el espectaculo de la muerte. Resulta curioso pero, entre tanto color (los trajes de los familiares, la luminosidad de las llamas, el juego de colores del cielo a aquellas horas del dia, las flores flotando sobre el Ganges...), entre tanto sonido (los canticos, el crepitar de la madera...), podia experimentarse la paradojica viveza de la muerte.
3 comentarios:
Hola Dani! Disfruta el tiempo que te queda en la India, la vuelta a casa será deprimente. Saludos, Iria
gracias xiqueta!!! y tanto que o hare, ya menos de un mes! que rapido ha pasado!!!
Un petonet!!!
Dani
Ey! Por fin he tenido la decencia de asomarme a tu blog, aunque solo haya visto el post de Varanasi. Solo decirte que me ha gustado mucho, asi que volvere a echarle un vistazo, I promise.
Poco mas que decir, hermano de... lo que sea, que se os echa de menos y que hoy nos hemos acordado de ti al comernos un super pastel de coco (yo), uno de trufa (Adriana) y un brownie (Etienne). MUA!!
Publicar un comentario