Botiguers (tenderos)

La base de nuestro sistema económico actual (entiéndase "nuestro" como concepto global) es el comercio. Los intercambios entre empresas, personas... conforman una red que se expande a lo largo y ancho del globo, perpetuando unas relaciones interpersonales (físicas o jurídicas) que parecen estar presente desde el momento en que el hombre es animal social. El intercambio, el trueque, se intuye, pues, tan antiguo como la vida en comunidad misma y, a pesar de que hoy en día se utilicen divisas, la esencia del comercio sigue siendo la misma. En India, esa propensión al comercio se intuye especialmente intensa. Allá donde fueran los turistas, encontraban tiendas, puestecillos ambulantes o personas cargadas con su mercancía, esperando ansiosamente a la clientela. La mayor parte de las veces, imperaba el marketing más agresivo y los vendedores se lanzaban sin pudor a la caza del futurible cliente.


Las diferencias respecto a los intercambios occidentales eran palpables. En Europa, los dependientes permanecen en el interior de sus tiendas y atienden al cliente cuando éste se lo pide (cambia algo el esquema si hay comisiones de por medio). Sin embargo, en India rara vez se deja al cliente campar a su libre albedrío. Los 3 barceloneses caminaban a menudo entre mercadillos y enclaves comerciales, siendo constantemente abordados por vendedores de telas, cuchillos, ajedreces, postales, sellos... Lo que si resulta diametralmente opuesto es que, mientras en occidente los precios se ajustan según la oferta y la demanda, en India y Nepal dependen de la cara que tenga el comprador y las ganas de ceder el vendedor. El nivel máximo de precios se da cuando el cliente es turista y extranjero, puesto que poco conoce sobre los precios locales y no está habituado a un regateo que se vuelve cansino.

Una tarde, paseando por la turística zona de Lake Side, en Pokhara, un dependiente de una tienda con telas y recuerdos nepalíes saludó a los barceloneses cuando éstos pasaban ante su tienda. Los recordaba de vista y así se lo hizo saber. Ellos detuvieron su marcha y se pusieron a charlar con él. El joven nepalí poco tardó en invitarles a pasar dentro. Al principio dudaron. Tras unos días en India, estaban curados de espanto y su primera reacción, la instintiva, era rehúsar cualquier tipo de invitación, pues habían comprobado que casi todo a su alrededor perseguía una venta. Sin embargo, se dejaron convencer y entraron tímidamente en el establecimiento del chico. Él empezó a contarles cosas sobre su país, su tienda... y pronto dejó claro que no quería venderles nada (aunque ellos seguían siendo bastante escépticos al respecto). Después les ofreció un té. Ellos aceptaron. EL tendero se levantó y se dirigió hacia el bar contiguo. A los 5 minutos volvió con 4 Kali Chae (té negro) y se puso a hablar animosamente.

Casi todas las charlas seguían el mismo curso: todos los nepalís preguntaban a los turistas de dónde eran, cómo se llamaban y qué hacían por el lugar. Al llegar a las presentaciones, todo el mundo le decía a Sonia que tenía un nombre indio. Es curioso, porque parecen asociar que, puesto que su presidenta es Sonia Ghandi, el nombre es propio de su lugar. Ella asentía amablemente, mientras Dani se mordía la lengua para evitar contradecirles. ¿Sabrían que su presidenta en realidad era italiana y que además residía en Europa?

Tras las presentaciones, el chico siguió interrogando a los recién llegados acerca de sus vidas en su lugar de origen, su profesión, sus planes... y su estado civil. Para los indios la familia es una parte importantísima (si no la base) de sus vidas. Siempre quieren saber cuántos hermanos tienes o que tal es la relación con tus padres. Y, sobretodo, simpre se sorprenden de que, con 25 años, aún haya gente soltera. Al llegar al terreno del matrimonio, el chico hizo un alegato de la fidelidad y otro, aún más firme, sobre la irrevocabilidad de dicha institución. El divorcio lo encontraba "ridículo" (cita textual). Por educación, timidez o temor a la incomprensión, los tres turistas explicaron vaga y someramente sus opiniones al respecto, sin implicarse demasiado. No querían incomodar a su amfitrión.

Sin darse cuenta, los minutos había ido pasando dando lugar a más de una hora de conversación. Ya era tarde y aquél tendero, que los había sin (era cierto) tratar de venderles nada, que les había invitado a un té, que había conversado con ellos, que los había sorprendido al sacar una sudadera del Barça (club del que aseguraba ser seguidor)... debía volver a su casa, junto con su familia. Ellos se despidieron, dando en todo momento las gracias por la agradable tarde que había pasado. Antes de que se fueran, les pidió sus e-mails y le regaló a las chicas un par de detalles de su tienda. No sólo no trató de vender nada, sino que además les obsequió. Los tres turistas se quedaron boquiabiertos. Su estereotipo, su prejuicio al fin y al cabo, se tambaleaba. Aunque en estas situaciones, siempre existe una explicación posible para no alterar los esquemas propios: será la excepción.

Cuando llegaron a kathmandú, también experimentaron lo que era tomarse un té en una tienda mientras te atendían. Si entraban en algún lugar a comprar algo en lo que relamente estuvieran interesados, el trato era inmejorable. Los comerciantes del lugar podían ser algo agobiantes, incluso pesados, ciertamente, pero, al mismo tiempo, eran buenos conocedores de sus productos, no escatimaban en palabras y sonrisas a la hora de detallar las cualidades de los mismos y mostraban en todo momento un nivel de servicio tal que encandilaba hasta al más seco de los clientes.

Sin lugar a dudas, el comercio es el motor de bulliciosa vida que inunda las ciudades de estas gentes. Por pequeña que sea la población, siempre discurre a través de ella almenos un gran eje comercial, donde las tiendas se agolpan unas junto a otras y frente a las cuales hay gente vendiendo comida en carritos, zapatillas sobre una manta, fruta...


1 comentario:

Anónimo dijo...

coño un indio del barça!!!!!