Ninyos sin cuentos


Tras haber desayunado por Thamel y recorrido los 20 minutos que separaban el turistico barrio de Durbar Square, centro neuralgico de Kathmandu, los barcelonesesllegaron a las inmediaciones de su hostal. Alli Sonia y Lorena se encapricharon con la musica que sonaba con un volumen elevado desde una tienda de discos. Mientras elegina entre compactos de musica etnica, musica para la meditacion, musica nepali pero algo mas moderna, musica de festivales del pais... Dani bostezaba, aburrido ante la expectativa de pasar un rato en aquel lugar a la espera de que sus amigas fueran capaces de elegir entre cientos de discos sobre los que no tenian la mas absoluta idea y asesoradas solo por su indecision y por un comerciante avido de ventas. En aquellas, aparecio un ninyo, de unos 6 o 7 anyos, en la puerta del establecimiento. Era uno de tantos crios que vivian en las calles de la capital nepalesa, vestidos con harapos, llenos de polvo y suciedad hasta las cejas y decalzos. De esta guisa, que a cualquier europeo le arrancaria cuanto menos un suspiro de tristeza, pena o compasion, se acercaban a menudo a cuanto turista circulara por alli, a menudo apra pedirles dinero. Otras veces iban en grupo y les empujaba mas la curiosidad que la mendicidad.















El crio se quedo mirando a los barceloneses. Seguramente no tendria otra cosa que hacer a aquella hora del dia. Al verlo, Sonia fue a intercambiar unas palabras con el. Sus pinitos con el hindi resultaban ser muy utiles incluso en nepal, cuya lengua era muy similar a la del pais vecino. Los turistas estaban al corriente de que no debian dar dinero a mendigos, ya que, segun se asegura hasta en las guias de viaje, contribuyes a fomentar su forma de sustento. Dani, previa consulta a Sonia, subio al hostal a buscar unas galletas de chocolate a las que se habia adiccionado desde que empezara el viaje. Al bajar de nuevo a la calle, Sonia segui comprando discos mientras el ninyo permanecia sentado en una barandilla, frente al establecimiento. El barcelones le dio el paquete de galletas y el ninyo las comio con avidez.

Un rato mas tarde, los turistas fueron a tomarse un te y Sonia les explico a sus amigos la conversacion que habia tenido con el ninyo. Al parecer, tenia unos siete anyos y vivia en la calle. Se ganaba la vida por las noches, segun sus propias palabras, "trabajaba en el plastico". Muchas noches, cuando los turistas volvian a sus hostal tras las rondas de cerveza de turno, encontraban a ninyos cargados con unas sacas enormes, avanzando en mitad de la kathmandu nocturna. Los crios constituian el autentico sistema de limpieza de una ciudad que carecia de contenedores, papeleras, camiones de recogida de basura y, mucho menos aun, de personal de limpieza. Asi, algunos de ellos recogian metales, otros plasticos, otros carton... Cuando terminaban su jornada, si es que una sesion de explotacion infantil puede recibir tal calificativo, buscaban un lugar donde dormir.

Los templos de la plaza Durbar, escalonados, majestuosos, se convertian en el hogar de los ninyos olvidados de la capital. No era raro verlos en las inmediaciones de la misma, o incluso en el barrio turistico, merodeando, con al mirada cansada y el paso desviado... esnifando pegamento. En esa situacion podian llegar a ser bastante desagradables. Como un adulto alcoholico que se emborracha para olvidar, que beodo deshinibe aquello que por dentro le corroe, que expulsa su insatisfaccion de manera radical... actuaban los crios. Inhalado el pegamento perdian todo pudor, se acercaban al turista para pedirle dinero de manera exageradamente insistente, agobiante, como aquella noche en que Sonia y Dani volvian a casa y un ninyo puesto de cola hasta las cejas trataba ansiosamente de meter las manos en el bolsillo del barcelones para ver si podia sustraer algunas rupias; dejaban de parecer ninyos para mostrar su faceta mas adulta, la del ser que actua por instinto para apaciguar la necesidad, la de la persona adiccionada ya a los vicios de su entorno, como cuando, el mismo chico, pidio, rogo y exigio a los turistas que le dieran un cigarro, a pesar de que estos le dijeran una y otra vez que de ninguna manera (incluso daba salto para alcanzar la mano de Dani, izada entonces lo mas alto posible para que el chico no accediera su la barrita de nicotina); sus palabras de desprecio al darse por rendido, al comprender que no iba a obtener nada de los turistas, el rabioso fuck you que les grito a modo de despedida, era su reaccion a su incomoda e injusta vida que brotaba con fuerza al exterior, desencorsetada gracias al pegamento, en esta ocasion se revelaba como un Prometeo de sus sentimientos.

A los barceloneses, a pesar de estar mas que preadvertidos sobre la situacion que iban a encontrar, se les acentuaba la sensibilidad de la piel cuando se cruzaban con ninyos pidiendo. No acababan de saber como reaccionar: su fuero interno les ordenaba compasion, mientras que todo lo que habian leido al respecto les aconsejaba pasar de largo. Ciertamente era dificil resistir el ataque de unos ojos con mirada tierna, con el brillo especial que tienen en estas zonas del mundo, con esa expresion de inocencia, de ruego, de desgracia... Incluso los bebes que tan frecuentmente llevaba a cuestas ninyas de apenas 10 anyos, no sabian pronuncian palabra pero si habian aprendido a mirarte fijamente y a darte pequenyos golpecitos en la rodilla, en la pierna. Porque el nievla de piedad que despierta alguien necesitado para acrecentarse cuanto mas joven es el mendigo. Y lo saben.

Una manyana en las calles de Nepal, mientras paseaban perdidos en us laberinticas calles, llegaron, a traves de un pequenyo callejon a un escondida Stupa. Alli un par de chiquillos de 3 y 4 anyos corrieron a ver a los turistas. Al ver la guia de Lorena se quedaron embelesados, y ella se la mostro. Luego les dejo que la miraran un rato. Se quedaban embelasados, mirando las pocas imagenes que la Lonely Planet contenia, abriendo los ojos con incredulidad ante tanta imagen, tanto color. Se peleaban por la guia, la trataban como a un tesoro. Estaban alborotados. Lo mismo habia sucedido con aquel ninyo que viajaba en el autobus hasta Pokhara, aquel que se habia sorprendio al ver a alguien leer, que habia admirado letras impresas, desprovistas de cualquier imagen, con la misma atencion con la que un occidental mira atiende a su televisor. Aquellos ninyos no tenian libros, no tenian cuentos.

A la manyana siguiente, Dani retomo su libreta de poemas, algo arrinconada en la mochila desde la irrupcion del blog sobre su viaje. El turista recordo sus vueltas a casa, y esto fue lo que escribio:

Templos escalados,
cada escalón lecho.
Niños durmientes,
encolado su sueño.
Canes enrabiados,
nanas de ladridos.
Policías aguerridos,
centinelas de las horas,
rigores desmedidos:
mano dura y a deshora.
Desierto urbano,
laberinto callejeros;
reyes de la noche:
los deshechos y los perros.

(poema extraido de www.trazosytrizas.blogspot.com)

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